Aquí en el trópico, no tenemos estaciones marcadas como en
el hemisferio norte o en el sur, solo dos períodos (seco y lluvioso); cuando
inicia la lluvia las personas consiguen o compran semillas y preparan la tierra, los patios y/o los
conucos para sembrar. Pero ¿Qué pasa con
ellas, antes de ser colocadas en la tierra? Es probable que quienes leen en este momento, algunos sean
agricultores y han tenido gran cantidad de semillas; otros, quizás, han tenido
una de éstas en sus manos; otros en su escuela o liceo han hecho el experimento
de poner unos granos en papel húmedo, esperar que pasa; u otros, simplemente,
han tenido frijoles y los has limpiado para montarlos a cocinar. De una u otra
forma todos conocemos lo que es una semilla. Antes del proceso de siembra,
generalmente está almacenada; puede ser colocada en grandes contenedores, en
sacos, bolsas, cajas, etc., mientras está allí es solo una semilla y nada más.
Además, puede pasar mucho tiempo almacenada o guardada en esos sitios o
empaques y es... solo una semilla. Ahora
bien, vamos a leer lo que nos dice el Señor Jesucristo en Juan 12:24: De
cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere
queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto.
Qué tal... Él nos
está hablando de una gran verdad; de una semilla o grano que de quedarse
guardado, en algún sitio y no muere, si no cambia se queda solo, pero si cambia, lleva mucho fruto; nos habla de
que es necesario un cambio o una
transformación de nuestra vieja
naturaleza para que demos fruto. Pero por ciertos motivos, hay veces que
preferimos el estado de semilla. Ahora es tiempo que nos preguntemos ¿Por qué
quiero estar así? ¿Que hace que prefiera el estado de grano? Hay varios
aspectos, pero en esta ocasión solo voy
a referirme a tres.
1. El confort. La zona de comodidad, de
conformismo, un nicho de pasividad, si las cosas pasan bien y si no también;
ese estado donde no se asume riesgo,
donde se dice: Estoy bien así y aquí; para que desprenderse de lo que es mi
seguridad. Evidentemente, no se tendrá disposición para el cambio y por tanto,
no se podrá caminar en lo sobrenatural de Dios y mucho menos dar fruto.
2. El apego. Esto sucede con las cosas del mundo; se quiere
seguir los deseos de la carne y andar en lo vano del sistema, aferrándonos a
elementos y lineamientos de la
sociedad que a nuestro entender nos dan la felicidad. Esto hace que la cascara
de la semilla se mantenga endurecida y por ende, no hay forma de asumir dar el paso que lleva al cambio.
3. El orgullo. Exceso de estimación hacia
uno mismo y hacia los propios méritos por los cuales la persona se cree
superior a los demás. Mientras éste crezca
y le alimentemos en nosotros, menos
caeremos en tierra, postrados y humillados delante del supremo creador.
Estos tres hacen que se viva una
mentira, solo y sin la posibilidad de verte multiplicado con fruto.
Entonces, la cascara es lo que cubre el grano, que al caer en la tierra y comenzar el proceso de cambio o transformación, esta es
la primera que sale; sucediendo lo que dice en Efesios
4:22 “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre que
está viciado conforme a los deseos engañosos”. Aquí debemos entender que la
esencia de dicha transformación, del cambio, del perder la cascara, de quedar
al descubierto, sin máscaras, sin corazas es ser una nueva criatura en Cristo
Jesús y dar fruto.
Claves para lograr esto:
1.
Humillarse: delante de la presencia de nuestro
Señor Jesús
2.
Rendirse: No más resistencia; entrega total.
3.
Renunciar:
A lo que no es de Dios (orgullo, confort, apego, etc).
4. Determinar: Determinarás, asimismo, una cosa, y te
será firme y sobre tu camino
resplandecerá luz. Job 22:28.
Bueno ya es hora de que muera la semilla…
manos a la obra; accionemos estas claves en nosotros y a
pedirle al Espíritu Santo que nos ayude en nuestras debilidades (Romanos 8:26)
para hacer que se manifieste el potencial que Dios ha
puesto en cada uno, y así se cumpla el propósito para el cual hemos sido creados.
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